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Hagia Sophiaseccion

Estambul, no Constantinopla (?)

Alberto Onetto

Licenciado en Historia, y estudiante de Magíster en Ciencia Política, PUC. email:ajonetto@hotmail.com

 

Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem
Guillermo de Ockham

Nova Roma Bifrons 1

La verdad es que nunca he estado en Estambul. Tampoco en Constantinopla. Mucho menos en Bizancio. Mi interés por la historia turca, si bien no es menor, tampoco me quita el sueño por las noches. Algo que siempre me ha obsesionado de dicha ciudad, sin embargo, es que haya tenido que soportar estoicamente el cambio de su toponimia en al menos cuatro oportunidades. Sus barrios y habitantes, sus techos y adoquines han sido durante siglos, una y otra vez, los privilegiados detentores de discursos imperialistas que, como la tinta en una carta mojada, se han diluido en la inmensa masa de agua que da vida a los mares Negro y del Mármara.

Hagia Sophia -o la catedral de Santa Sofía- ubicada en el casco histórico de la actual Estambul, es un ejemplo viviente de la frenética sucesión de estos magnos ideales políticos. Inicialmente una antigua catedral cristiana, pasó luego a convertirse en mezquita, y de ahí enmuseo. El edificio, con su gran domo románico y sus minaretes, y sus visitantes, y sus posibles gift shops, y sus puestitos itinerantes de fallafels calientes que pasean quizá no muy lejos de ahí, reflejan fielmente la cualidad frankensteineana de esta ciudad.

Y es que Estambul coexiste a diario con Constantinopla, y ésta a su vez con Bizancio: un brazo por aquí, una pierna por allá, sempiternas heridas de guerras que se pierden en las páginas de los libros de Historia Universal, y una cara multiforme y dividida por la enorme cicatriz cultural que implican las dos orillas del estrecho del Bósforo, las cuales se han mantenido geográficamente impávidas y enfrentadas entre sí desde que el Mediterráneo es el Mediterráneo.

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En las imágenes, capturas del video Istanbul (Not Constantinople), de They Might be Giants

"¿Qué hay en un nombre, finalmente? La letra de Istanbul (Not Constantinople) delinea una solución tan obvia como pueril: el nombre ha cambiado sólo por caprichos históricos (...). La naturaleza de la ciudad se mantiene intacta y misteriosa. Es como si el frío oráculo de la geografía nos susurrase con dulzura paternal: "por sus coordenadas la conoceréis"

 

Estambul (y no Constantinopla)

Me he permitido esta irresponsable reflexión a propósito de una canción que el dúo de pop-rock neoyorquino They Might Be Giants popularizó allá por 1990, titulada justamente Istanbul (Not Constantinople). En ella, los dos Johns aseguran que si conoces a una hermosa chica dispuesta a salir contigo en Estambul, es mejor que no la cites en Constantinopla, porque de lo contrario no la vas a encontrar. Según oímos en una estrofa que se repite dos veces, cualquier intento por volver a Constantinopla es fútil, pues Constantinopla ya fue. Sólo queda preguntar a los actuales habitantes de la ciudad el por qué del cambio, pues como dice el coro, that’s nobody’s business but the Turks.

A los turcos, como dice la canción, sólo queda responsabilizarlos por el nombre actual -¿definitivo?– de la metrópolis. They Might Be Giants, con toda la ironía cáustica que los identifica, juegan con esta imagen de las absurdas responsabilidades históricas de los pueblos, en la medida que son cómplices -e incluso victimarios- de los cambios toponímicos que afectan sus ciudades. La comparación histórica también se hace presente, pues en el bridge de este himno insensato se señala que, de la misma forma como Estambul fue alguna vez Constantinopla, el viejo Nueva York fue conocido en alguna época como Nueva Ámsterdam. La pregunta sigue dando vueltas junto con los violines arabescos: Why they changed it, I can’t say / People just liked it better that way! 2

¿Qué hay en un nombre, finalmente? La letra de Istanbul (Not Constantinople) delinea una solución tan obvia como pueril: el nombre ha cambiado sólo por caprichos históricos. La naturaleza de la ciudad, empero, se mantiene intacta y misteriosa. Que la irónicamente impersonal toponimia no logre engañarnos: como en los pasados 2.500 años, los 41º de latitud Norte con 29º de longitud Este siguen indicando lo mismo: una importante concentración urbana. Y es como si el frío oráculo de la geografía nos susurrase con dulzura paternal: "por sus coordenadas la conoceréis".

Una dosis de Borges a modo de conclusión

Hojeando las Obras Completas de Borges me he topado violentamente con un breve ensayo titulado justamente Estambul, que forma parte de un texto del autor argentino llamado Atlas, publicado en 1984. En él, Borges acusa sin tapujos a Occidente de hacer del Islam una doctrina de crueles fanáticos, y por extensión de etiquetar a Estambul como el nido que ha cobijado durante siglos el macabro plan de la conquista musulmana. Recordando a Cartago como la “cultura calumniada” por excelencia en los anales históricos occidentales, Borges explícitamente sindica a la cultura occidental como responsable de no haber sopesado realmente el aporte del mundo turco otomano en su configuración. Agrega, además (reproduciré sin vergüenza la conclusión del ensayo en su totalidad):

¿Qué puedo yo saber de Turquía al cabo de tres días? He visto una ciudad espléndida, el Bósforo, el Cuerno de Oro y la entrada al Mar Negro, en cuyas márgenes se descubrieron piedras rúnicas. He oído un idioma agradable, que me suena a un alemán más suave. Por aquí andarán los fantasmas de muchas y diversas naciones; prefiero pensar que los escandinavos formaban la guardia del emperador de Bizancio, a los que se unieron los sajones que huyeron de Inglaterra después de la jornada de Hastings. Es indudable que debemos volver a Turquía para empezar a descubrirla (Borges, 1984).

Es que al parecer Estambul tiene un poco de todo lo antes nombrado: la hybris presente en su configuración arquitectónica es sólo una pequeña muestra de lo que implica el caótico aparato cultural que ha caracterizado su ajetreada historia. Vivir Estambul debe ser más que saborear hummus en galletas de soda frente a una copa de Martini, sentado en un exclusivo recinto de esparcimiento –de preferencia ubicado en el downtown de la ciudad. De todas formas, ello es una elección igualmente válida: al final, es un problema de los turcos, y punto.

Borges - www.museodellafotografia.it

 

* Licenciado en Historia, y estudiante de Magíster en Ciencia Política, PUC. email:ajonetto@hotmail.com volver

1 Nova Roma – Nueva Roma - fue el nombre oficial de Constantinopla durante todo el reinado de Constantino el Grande, máxima cabeza del Imperio Romano entre los siglos III y IV d.C. Popularmente, sin embargo, la ciudad fue conocida como Constantinópolis, o “la ciudad de Constantino”.

Bifrons es el nombre alternativo del dios romano Jano. Jano era la divinidad encargada de velar por la transición pacífica y acabada de procesos que se suceden eternamente en el tiempo y el espacio. En el simbolismo propio de la mitología divina latina, Jano era el patrono de puertas, ventanas, salidas, entradas y escaleras. El mes de enero – en inglés, January – fue nombrado en su honor, como el umbral de ingreso a un nuevo año que da inicio. Tradicionalmente, Jano era representado como un solemne y trágico personaje con dos caras dispuestas paralelas y opuestas sobre su cabeza, eternamente condenadas a mirar hacia atrás y adelante, de forma independiente. La alusión al Bifronte que traigo al tapete en este artículo no es azarosa: la actual Estambul - desde su fundación - ha sido el vaso comunicante entre Oriente y Occidente, cual puerta giratoria que comunica Europa con Asia. Marco Polo todavía hace dedo en algún muelle destartalado del puerto. volver

2 Omitiremos cualquier referencia histórica a la transferencia toponímica que afectó a Nueva York en el siglo XVIII, para no seguir aburriendo al lector. Mas, una reflexión, con respecto a Estambul, se hace irresistible: pareciese como si realmente la gente quiso que esta ciudad comenzase a ser conocida como tal –y no fue obra, por ejemplo, del algún edicto supremo salido del ombligo de un imperio al azar: Según consta en el estudio etimológico del nombre actual de este puerto, Istanbul tiene sus raíces nímicas en la expresión griega eis tin Poli(n) que significa “hacia la ciudad”. Esta explicación, si bien plausible, no deja satisfechos a muchos investigadores, que se ufanan de enarbolar una teoría absolutamente distinta al origen del nombre de Estambul: para ellos, la voz turca “islambol” – o, “mucha paz” / “mucho Islam” – clarifica de mejor manera la incógnita. Según consta en la entrada a Istanbul, de la enciclopedia online www.wikipedia.org -depositaria de gran parte de las referencias históricas vertidas en nuestra Instantánea– “Islambol” era un apodo recurrente entre los turcos otomanos durante el apogeo de su imperio para referirse a su ciudad capital, un equivalente al “Pancho” con que cariñosamente conocemos a nuestro Valparaíso. volver

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